De esas veces que recordar no basta, que el momento se te
tatúa en la piel junto con cada escalofrío. Y se marca a fuego (sobre el
corazón) como cada uno de los besos que nos hemos dado. Y los que no también.
De esas veces que la ausencia de calor no implica frío sino distancia. Cuando
las mañanas a tu lado son la excusa perfecta para perder el bus (pero no este tren, que ya se
sabe que solo pasa una vez en la vida). De esas veces que recorremos las horas y el mundo entero en una simple sonrisa. Nos complementamos, nos completamos, nos invadimos y nos refugiamos en ella. Y descubrimos que tal vez hayamos recorrido muchos kilómetros en poco tiempo, pero que aun nos queda mucho viaje por delante (juntos).
De esas veces que el silencio habla por
sí solo, que los latidos superan el tic-tac del reloj. Silencios seguidos de
miradas que parecen gritar lo que sus dueños callan. De esas veces que el
tiempo pasa demasiado rápido y te gustaría poder decirle “¡Espera! Déjame vivir
ese instante de nuevo (o, al menos, crear miles instantes nuevos con él)”. "Al menos deja que se quede" (Que te quedes más bien, porque esta es de esas veces que sé que me lees y me quedo sin palabras). Porque
a veces tampoco basta con sentir ciertas cosas una sola vez, necesitamos
hacerlas eternas...
De esas veces que no controlo mis dedos y dejo que todo lo
que siento salga de ellos sobre cualquier trozo de papel. O sobre tu cuello, en forma de tequieros disfrazados de caricia.
De esas veces que
escribir es en realidad escribir-te, dibujarte sobre el papel en cada palabra,
recordar tu sonrisa en cada rima (y tus críticas objetivas en cada “de esas
veces”). De esas veces que te dedico canciones que aun no han sonado en
nuestras vidas, pero que sonarán.
De esas veces que soy más yo que nunca, pero solo contigo.
De esas veces que querer vale la pena (pero sobre todo la alegría).